María
Regina Tavares
En
la aurora del siglo XXI, el desarrollo de la teoría gerencial ha promovido la
constitución y desarrollo de grupos de trabajo, equipos de trabajo y el
accionar del trabajo en equipo, por parte de las organizaciones, con el
propósito fundamental de incrementar sus niveles de productividad. No obstante,
existe a nivel organizacional una diferencia clara entre las categorías
mencionadas pues, mientras el grupo se reconoce como el agregado social de
interacción mutua (McGrath, 1984), que se influye recíprocamente y tiene como
propósito alcanzar objetivos particulares (Robbins, 2001), el equipo es el
conjunto de personas (grupo) con destrezas complementarias, que están
comprometidas con un propósito, un conjunto de objetivos de resultados, y un
planteamiento en los que son mutuamente responsables.
La
creciente aceptación e importancia de los equipos de trabajo sugiere múltiples
ventajas, entre ellas: a) logran alcanzar la sinergia, en la que el producto
global del equipo excede la sumatoria de las contribuciones individuales, toda
vez, que esta requiere cooperación creativa; b) constantemente, los miembros de
los equipos, promueven la auto y coevaluación, lo cual les permite apoyarse
mutuamente para direccionar procesos,
fortalecerse y tomar decisiones adecuadas a fin de desarrollar inmunidad frente
a realidades y contextos complejos o disruptivos; y, c) quienes conforman el equipo, contribuyen
al desarrollo continuo y permanente de sus pares, obteniendo además de la
satisfacción en sus trabajos, la realización de expectativas personales y
sociales inherentes a la afiliación, seguridad, autoestima y auto realización.
Al reconocer que el funcionamiento y éxito del
equipo se alcanza en la medida en que cada uno de sus miembros está
comprometido con los objetivos y propósitos comunes, desarrollados en un
ambiente de plenitud personal, laboral y social, es fundamental que estas
condiciones permanezcan en el tiempo como garantía triunfo.
Sin
embargo, al ser cada miembro del equipo, un individuo con existencia propia en
los planos físicos, mentales y emocionales, cualquier alteración en su vida
personal, laboral o social, puede impactar, alterar o modificar, sus
pensamientos, emociones y acciones y con ello, incidir negativamente en sus compromisos con el
equipo. Alteraciones similares pueden
originarse en los equipos de trabajo o en los grupos, con la incorporación de otra (s) persona (s), bien porque ha sido
incluida en la organización o porque en su defecto sustituye a un miembro del
equipo; las causas responden en la mayoría de los casos, a las creencias,
valores, ideas particulares y
comportamientos, que asumen quienes se
incorporan a la organización, lo que ocasiona problemas en el funcionamiento de
los equipos.
Es
allí, cuando sin duda debe solicitarse el “Coaching de Equipo” , definido como
el proceso de acompañamiento personalizado, llevado a cabo por un asesor
especializado (Coach) con el propósito de ayudar a descubrir a los propios
miembros del equipo, sus techos relacionales y de aprendizaje, pretendiendo
lograr, entre otro objetivos “…la
correcta coordinación de acciones. Mejorar la calidad y productividad de las
conversaciones.” (Castro y Ocampo, 2015: 18). Con el Coaching de Equipo, se puede
también, mejorar el rendimiento, promover transformaciones en su cultura
organizacional, así como elevar su productividad.
Para
que el acompañamiento que el “Coach” hace al equipo tenga éxito, existen
requisitos importantes, tanto para el acompañante del proceso como para los
“Coachados” (miembros del equipo). El
coach, debe conocer el equipo, su estructura, funcionamiento, historia, misión
y visión, debe vincularse directamente a él, acompañarlo en su desarrollo,
ubicarse en ocasiones dentro y fuera del equipo – sin considerarse miembro del
equipo- y garantizar un clima de confianza que le permita lograr la interacción
abierta con cualquiera de sus miembros, siempre con el propósito de alcanzar el
objetivo para el cual fue requerido el proceso de acompañamiento.
En cuanto a los miembros del equipo a quienes
se le reconoce como Coachados, es requisito sine
qua non, que estos acepten participar en el proceso, tengan apertura, disposición e interés en ser
acompañados por el coach para lograr el (los) propósito (s) u objetivo (s)
establecidos en el Coaching.
Así,
este tipo de Coaching, como metodología de acompañamiento profesional, puede
ser solicitada en las diferentes etapas de los equipos o grupos, no sólo para
su expansión, transformación o en momentos de conflictividad sino en el propio
proceso de creación del grupo o equipo, en la facilitación de su desempeño, así
como puede presentarse para la atención de áreas o sector específicos de los
equipos. Un ejemplo de esto último es el acompañamiento que a través del
coaching puede dársele a una parte del equipo donde se detecten nudos críticos:
gerencia o directivos, área de producción o mercadeo…
El
coaching de equipos puede atender también a sus miembros, aunque estén ubicados
en diferentes espacios geográfico, incluso en diferentes entidades del país o
más allá de sus fronteras; basta con que realmente sea miembro del equipo y que
la persona acepte ser coachado.
Para
los grupos y equipos, este tipo de coaching aporta grandes beneficios pues
además de impactar directamente en la productividad de la organización,
garantiza el desarrollo personal, social
y laboral de cada uno de los miembros del equipo quienes logran
desmontar creencias limitadoras y avanzar hacia su plenitud, en los planos
físicos, mentales y emocionales.
Referencias:
Castro, M y Ocampo, S. (2015). Coaching
Multidimensional. México. Editorial
Trillas.
McGrat, J. (1984). “Interaction and performance” Englewoods Cliffs. New Jersey.
J. Prennice Hall.
Robbins, S. (2001). Organizational Behavior. Upper Saddle River,
Prentice Hall
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