El Coaching y la Educación Experiencial son herramientas de aplicación en diversas esferas de la vida humana, que hasta ahora parecen estar naturalmente en un mismo contexto, pero que definitivamente su articulación no se ha desarrollado de forma específica. Es decir, se han utilizado como
instrumentos educativos que complementan uno la acción del otro, pero que a mi
juicio, no se ha concretado una fusión íntima que opere en la dirección que les
permita convertirse en una esencialidad que puede ser intensamente más exitosa.
No sólo porque sus componentes individuales ya son motivo de triunfo en su
dimensión individual, sino que existen certeros núcleos de su accionar que
articulan temática y actitudinalmente, que hacen a las dos disciplinas viables
de conectarse más allá de una visión complementaria.
Para transitar esta apreciación de simbiosis emitida como
premisa básica de este artículo, habría que comenzar por expresar que su
acercamiento más vital se encuentra en sus métodos de intervención; que en el
caso de ambas disciplinas en lo técnico, refiere a un contexto de participación
“voluntaria”. Este aspecto describe un contexto de mucha importancia en el campo
del aporte ulterior que se quiera dar tanto al Coaching como instrumento de acompañamiento individual, de
procesos, organizacional, de equipos, es decir de la innumerable variedad de
modalidades de uso que éste posee y ejerce; como a la Educación Experiencial,
que en el plano de la participación transita por los caminos del principio que
las personas aprenden mejor cuando entran en contacto directo e “intencional”
con sus propias experiencias y vivencias, es un aprendizaje “haciendo” que
reflexiona sobre el mismo “hacer”. Aquí puede verse esa primera superposición
disciplinar que se expresa en esa voluntariedad e intencionalidad con la cual se
abordan sus procesos de intervención.