Asdrubal
Figueroa
Se dice que la vida es un
proceso de aprendizaje continuo, que inicia con nuestro nacimiento y esa
primera inhalación y culmina con la última exhalación que nos lleva a otro
plano. Entre ese primer momento y el último, se desarrolla nuestro transitar
existencial que nos conduce a aprender para subsistir, para relacionarnos y convivir,
y en el mejor de los casos, para evolucionar y trascender.La información que
recibimos y nos permite adquirir conocimientos y aprendizajes nuevos o a
consolidar los obtenidos con anterioridad, puede llegar por distintos medios o
situaciones, denominadas experiencias.
Imaginen entonces todas las
experiencias que pueden tenerse a lo largo de la vida: el disfrute un rayo de
sol, el primer contacto con el mar, las sensaciones que despierta el aroma del
café, la inocencia del primer beso, la ilusión que genera el amor, lo amargo
del desamor, el sinsabor de una traición, la satisfacción de un logro
profesional, el dolor por la pérdida de un familiar cercano o la adrenalina que
produce dar un salto al vacío o adentrarse a lo desconocido.
Todas las anteriores son
situaciones en las que puede verse inmersa una persona en este proceso de
aprendizaje llamado vida. Sin embargo, ¿puede considerarse qué toda experiencia
genera un aprendizaje significativo? Si la respuesta es afirmativa, cabría
preguntase ¿por qué los seres humanos tendemos a tropezarnos más de una vez con
la misma piedra? ¿Qué nos lleva, en algunos casos, a cometer los mismos
errores?
Por lo visto, responder
negativamente al cuestionamiento inicial, daría más sentido al comportamiento
del ser humano y flexibilizaría el planteamiento de las dos preguntas
posteriores, ya que en efecto, no toda experiencia produce un aprendizaje
significativo, entendido éste como la sabiduría aprendida que tiene un efecto
transformador del ser y que permite al individuo adoptar conductas alineadas
con los objetivos y metas que se plantee en cualquier ámbito de su vida.
Ahora bien, Carl Rogers es
considerado el padre de la teoría del Aprendizaje Significativo, al cual
denominó en alguna medida como experiencial, partiendo de la base de que el
aprendiz debía ser un actor principal en este proceso, teniendo una
participación responsable y consciente en el mismo, siendo el hacer un aspecto
fundamental, donde el educando descubriera la utilidad y aplicabilidad de ese
conocimiento en algún aspecto de su vida, ya que, lo anterior requería de un proceso
introspectivo que no puede ser generado desde la lectura de las teorías y
conocimientos plasmados en los libros o por la inducción de un tercero que es
llamado a ser únicamente el moderador o facilitador en la obtención del
aprendizaje en cuestión.
Dicho autor consideraba que
en el proceso de la configuración de ese aprendizaje significativo debían
confluir tres factores:
·
El intelecto del aprendiz;
·
Las emociones del aprendiz y;
·
La motivación orientada al aprendizaje.
Para Rogers no se puede
separar al individuo de sus experiencias previas y éstas a su vez constituyen
una parte importante del aprendizaje significativo, ya que, la conjunción entre
ésta y la experiencia nueva es precisamente lo que dará a luz a ese aprendizaje
deseado.
Igualmente, considera
fundamental la observación de las emociones del individuo, en virtud de que un
mismo evento o estimulo puede generar sentimientos y emociones diferentes en
cada persona, que estarán marcados por las experiencias previas de éstas, lo
cual da un carácter muy particular, personal y genuino, tanto al proceso, como
al aprendizaje en sí mismo.
Por otra parte, la
motivación del educando jugará un rol importante en el aprendizaje
significativo. Sobre este punto, Rogers advertía que lo que marcaría dicha motivación
en el individuo, sería la utilidad que éste encontrase en el aprendizaje del
caso para la consecución de la meta planteada, es decir, debía existir un fin y
un propósito en la experiencia para generar el aprendizaje verdaderamente
significativo, que causara un impacto transformador de la conducta y que
permita la consecución del objetivo trazado.
Sin embargo y muy a pesar de
todo lo anterior, no toda la información contenida en nuestro cerebro
constituye un aprendizaje significativo que tenga una verdadera utilidad para
el alcance de nuestros objetivos de vida, y ello quizás, sea una de las razones
por las cuales hemos de tropezar más de una vez con esa misma bendita piedra,
que será usted quien decida que nombre darle.
Siguiendo en esta línea de
preguntas y respuestas, ¿Qué utilidad tendría llenarnos de aprendizajes
significativos y que en determinado momento, éstos superen en número a ese
conocimiento “basura” que se almacena en nuestro cerebro?
La respuesta a lo anterior,
radica en la definición de aprendizaje significativo y en lo que éste causa en
el ser, particularmente en ese efecto transformador. Imaginen que adquiriéramos
plena consciencia de las áreas donde tenemos un margen amplio de mejora, tanto
a nivel personal, profesional y espiritual, y que decidiéramos buscar formas de
cerrar esa brecha en pro de nuestro desarrollo integral.
Cuando Rogers ideó su teoría
del aprendizaje significativo jamás previó que ésta se convertiría en uno de
los pilares filosóficos de la educación experiencial, concepto nuevo en la
temática que nos ocupa, pero que guarda una gran relación, por cuanto, podría
definirse como un estilo pedagógico que busca, desde la lúdica, generar un
proceso reflexivo del individuo donde confronte sus experiencias previas con
una nueva, que traiga como resultado un aprendizaje significativo.
De la definición anterior se
puede inferir que le educación experiencial surge como una alternativa al
formato academicista, ya que, no demerita el conocimiento y la sabiduría del
individuo que se ven obligados a sucumbir ante la catarata de saberes
impartidos por un educador, por el contrario, los usa a favor como un trampolín
que genera el impuso para la adquisición de nuevos conocimientos o el
fortalecimiento de los ya adquiridos, atendiendo y reconociendo las
particularidades de cada ser, dándole justo valor a sus experiencias previas y
emociones, y permitiendo que sea el sujeto quien determine la utilidad que
éstos tengan en su vida y los aplique con el firme propósito de alcanzar las
metas que se haya marcado, a través de un proceso de reflexión interna.
Así mismo, la educación
experiencial pone de manifiesto y promueve, ya que es su objetivo, el
almacenamiento de aprendizajes significativos en nuestro cerebro pero no como
reliquias inertes y carentes de utilidad, sino como herramientas que
constituyen para cada persona, un abanico de opciones y posibilidades a la hora
de encarar las situaciones de vida que se le presenten, y a su vez, permitan el
mejoramiento y desarrollo integral de ser, por su orientación al cambio, a la
transformación y su consecuente promoción de la consciencia plena.
Por lo anterior, se podría
afirmar que existe un maridaje perfecto entre el aprendizaje significativo y la
educación experiencial como herramientas para el desarrollo integral del ser
humano, tomando en cuenta, que ambos tienen plena aplicabilidad en casi todo
los aspectos y situaciones que se presentan en el transitar existencial de cada
individuo y sin dudas ofrecen la posibilidad de un cambio en el paradigma en la
educación, específicamente, en cuanto a la rigidez reinante en el proceso
enseñanza – aprendizaje, al emplear la alegría, la lúdica y la diversión como
elementos generadores de momentos de reflexión e internalización de nuevas
ideas, conocimientos y perspectivas (experiencias) que permitan propiciar transformaciones
en la conducta de las personas que redunden en el mejoramiento y el desarrollo
integral de éstas.
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